martes, 4 de enero de 2011

Sonetos grises


Dedicado a mi amado padre,
ejemplo vívido de estoicismo
 y fortaleza sin par.





Agujas imperturbables marchan raudas,
en monótono desfile, al reino trágico de la ausencia;
sombras aguzadas, más crueles que el acero,
van desgarrando la suave piel lustrosa de la noche.
Hay voces vagas que la brisa trae
en lánguidos y monótonos murmullos.
Más allá, cansinas aguas se rompen en las peñas.
Un lirio solitario se mece, acurrucado,
al pie de las encinas centenarias,
en la vaporosa oquedad crepuscular.
Entre las nubes, un disco amarillento y gélido cuelga
terco y ominoso, oprimiendo el paisaje.
Mi pobre alma, flotando cual aura silente,
inserta como un broche en esa absurda herida de la tarde,
se pierde entre las sombras, persiguiendo la noche.
Arriba, por sobre el horizonte,
girando inútilmente en eternos carruseles,
mundos vacíos deambulan en el cosmos;
sus cuerpos oscuros, despojados de luz,
ruedan lentamente sobre un negro telón de terciopelo.
Irrumpen las sombras y el último estertor de claridad
en jirones se retira.
Entre penumbras el orbe entero se confunde,
iza sus velas prontamente la nave legendaria.
El cuerpo peregrino, dejando atrás su alma milenaria,
como un pájaro herido busca entre las ramas de un bosque
un muelle follaje para su mortaja;
cansado de volar, hastiado, ya desfalleciente,
mansamente se abandona en un eterno abrazo sideral.
El errante nao suelta sus amarras,
parte con un alma y sin estrellas,
dibuja una estela caprichosa,
y ya sin anclas proa al ancho mar,
sin huella y sin regreso,
rompe el telón y esculpe su destino.

                                                                                                     mtroir
                                                                                                                             junio de 1997

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